Tras salir de aquellos desesperantes mares, nos dirigimos a Tortuga, repusimos fuerzas y medio mes después, nos disponemos a cruzar el cabo de Hornos, lugar donde la escarcha nos hiela las velas y los temporales nos lanzan contra las rocas del litoral...con qué maestría manejamos, nosotros los piratas, las drizas para navegar con vientos cambiantes...¡Nunca el hombre fue más hombre que en estos tiempos de navegación a vela!
Ya adentrados en la tormenta, amenazados por vientos cada vez más fuertes, consiguió gritar el serviola, al que ya dábamos por muerto: ¡Velas a la vista! Y por si no teníamos ya bastante con el temporal, un pequeña flota de dos barcos navegaban en nuestra dirección, y que según decía el catalejo, a pesar de las condiciones, no tenían cara de sólo venir a saludar...eran piratas chinos, que al parecer iban de regreso hacia la costa de Cantón, en China.
Los piratas de allí son muy distintos de los del Caribe. Muchos entran en el negocio por tradición familiar. Se agrupan en grandes flotas, a veces formadas por cientos de barcos, de modo que sería una insensatez intentar luchar contra ellos, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de sus juncos, nombre que reciben sus embarcaciones, también sirven de vivienda a las familias de los capitanes. El hecho de tener a sus mujeres e hijos a bordo hace que los ataques de estos piratas sean mucho más enérgicos y desesperados.
Muchos piratas chinos son unos espadachines extraordinariamente habilidosos, aunque a sus barcos no les faltan cañones ni otras armas de artillería.
Por suerte, solo nos hemos topado con dos barcos y de menor tamaño que el nuestro, y además no se encuentran en buenas condiciones de salud así que nos será fácil salir de este trance; lo que más me preocupa es si amainará la tormenta, porque de lo contrario...
¡Todo a estribor!